Entrevista al Dr. Marc Antoni Broggi:
- ¿Cómo definiría la ética?
La ética es una reflexión crítica sobre nuestro comportamiento y los valores que lo informan, aquellos que se priorizan para las decisiones y los que, como resultado de esta reflexión, resultan, o bien conculcados, o bien respetados.
- ¿Ha evolucionado la ética en el transcurso de la historia? ¿En qué ha cambiado?
Los valores van cambiando porque dependen de nuestra voluntad, de lo que preferimos, de cómo queremos vivir, del mundo que deseamos que nos rodee o que queremos dejar. En general, la crisis de valores surge cuando hay otros valores nuevos, cuando se puede elegir entre ellos. La ética es reflexión sobre la libertad de elegir entre las posibilidades con que contamos, de saber cuál de mis deberes pasa a primer plano en una situación determinada, y por qué.
- ¿Qué relación hay entre ética y moral?
No hay una diferencia etimológica. Ambas provienen de la costumbre, del comportamiento, tanto si viene del griego como del latín. Pero ahora es habitual entender por moral una serie de valores y de deberes, de normas, segregadas por el entorno y que se espera que la persona que forma parte de él las siga. Cada sociedad imponía un código moral y deontológico (de deber) propio, social, religioso o corporativo. Lo que ha cambiado es que hemos pasado a ser una sociedad plural, que se define por un pluralismo tan amplio que requiere, cada vez más y en todos los ámbitos, una reflexión ética, es decir, una ponderación entre las propuestas. Más que buscar acríticamente unos deberes indiscutibles, un moralismo, la reflexión ética indaga sobre valores esperados, derechos que proteger y decisiones más razonables. La moral responde qué es lo que hay que hacer, y la ética, o filosofía moral, pregunta por qué se hace algo, por qué razones y en qué principios se sustenta la acción.
- La ética no tiene por qué estar vinculada a una religión, pero ¿ética y espiritualidad pueden tener relación?
En la reflexión ética todo se relaciona: valores, creencias, intereses, anhelos. No debería estar supeditada a una religión, pero sí puede estar relacionada con ella y hacer referencia. Evidentemente, la espiritualidad de una persona, religiosa o no, tiñe su ponderación ética. Pluralismo no significa que todos los valores valgan lo mismo, sino que puedan compararse abiertamente entre sí, y la propia ponderación puede hacerse con una sensibilidad, con una profundidad en las preguntas, en parte racionales y en parte emotivas, que se podría definir como espiritual.
- ¿Considera importante incluir la filosofía en los planes de educación?
Sí, fundamental. Sobre todo si aceptamos su vocación etimológica de “gusto por el saber”, por ir más allá, por no contentarse con los hechos, con aquello que ya es, por querer mejorar nuestro comportamiento (personal y colectivo), por darnos razones de lo que hacemos o no hacemos, por ser valientes al responder sobre lo que hemos hecho o queremos hacer. Sobre todo, por cogerle el gusto a comprender mejor, a resignarse a no hallar respuesta o posponerla a menudo, por cultivar el placer del diálogo, especialmente cuando es amistoso. Por no perder la oportunidad de ser más ricos emocional e intelectualmente. Como dice Epicuro, nunca es ni demasiado pronto ni demasiado tarde para este tipo de ejercicio filo-sófico.
- ¿Las nuevas tecnologías –Internet, por ejemplo– han facilitado la divulgación de la salud?
De momento, creo que aún no mucho. Ofrecen mucha información, pero, a veces, la cantidad y la rapidez dificultan y enmascaran las cosas, tal y como sucede con una cascada y no con la corriente de un río… A través de solo estos medios, se obtiene una información que a menudo no aporta más conocimiento, no proporciona mayor comprensión, no ayuda a valorar.
- ¿Qué índice de credibilidad podemos otorgarle a la información relativa a la salud que encontramos en Internet?
Hay de todo, y yo, evidentemente, no lo conozco del todo. En principio, es una información poco contrastada, poco avalada colectivamente, demasiado poco controlada. Es un medio de difusión que se presta a ser utilizado por aquel a quien le interese que este límite sea borroso; por ejemplo, para difundir mensajes no basados en pruebas, poco científicos, puramente de opinión y que se pueden guiar por el consumismo e inducir a falsas esperanzas. No todos son así, pero cuesta discernir. Y los que son más visibles no suelen ayudar a mejorar la aceptación de la falta de salud, de la vejez, de la muerte; en cambio, sí inducen a aumentar la dependencia, la medicación, el diagnóstico y tratamiento compulsivo y una excesiva prevención. Medicalizan a la población.
- Cada vez se oye hablar más de consultorios virtuales, segundas opiniones médicas… ¿Qué uso debe hacerse de estos recursos?
Una cosa es utilizar el consultorio virtual para obtener información suplementaria; otra cosa distinta es pretender obtener un diagnóstico y, sobre todo, llegar a una decisión. Pienso que la presencia, la anamnesis oral, la exploración física y la propuesta que debe hacer el profesional en persona no pueden suplirse completamente. Los síntomas o las señales no se suman, sino que deben pesarse, deben sopesarse. Un dolor abdominal ha de palparse y hay que conocer sus características al tacto, a la presión, a la descompresión, etc. Y alguien tiene que hacerlo. La clínica no es una ciencia en el sentido de conocer hechos con unas causas y efectos determinados de tal modo que no puedan ser de otra manera, sino que es un conocimiento incierto sobre el que se debe decidir basándose en un conocimiento científico que nos predice solo probabilidades. Para decidir, se precisa siempre una ponderación experta de estas probabilidades.
De estos recursos, debe hacerse un uso inteligente y prudente, lo que significa esperar de ellos tan solo lo que nos pueden ofrecer: información puntual a preguntas concretas y no preguntar lo que no se le puede preguntar.
- ¿En qué principios debería basarse la relación médico-paciente?
La relación clínica (no solo médico-paciente, sino también enfermera-paciente, por ejemplo) ha cambiado radicalmente en pocos años; más en los veinticinco últimos años que en los veinticinco siglos pasados. Antes, se trataba de procurar solo la máxima eficacia contra la enfermedad, y todo estaba legitimado para ello: por ejemplo, lo estaba la mentira o la imposición de un buen tratamiento. Ahora, incluye la ayuda a una persona enferma y el respeto a sus límites.
Antes, la relación se basaba en el principio de beneficencia. Para el médico, incluía procurar (a su recto parecer, según Hipócrates) el bien de su enfermo y alejarlo de todo mal; todo ello, evidentemente, analizado y aplicado con un paternalismo nítido y muy bien aceptado, tal y como se haría con un niño, porque el enfermo, por el solo hecho de serlo o estarlo, quedaba infantilizado por los demás. Para el enfermo, la relación incluía sumisión y confianza.
Ahora, la relación debe ser más horizontal. El ciudadano, cuando está enfermo, no pierde derechos, y su nueva situación incluye un trato diferente; sencillamente, un tratamiento y un trato más personalizados, más respetuosos, sin mentiras, sin imposiciones. Los nuevos principios de respeto a las personas y de no hacer discriminaciones entre ellas han cambiado la relación clínica.
Pero no se puede pasar del antiguo paternalismo al contrato frío de servicios. Los profesionales deben formarse mejor en conocimientos y habilidades para modificar actitudes que favorezcan una relación de franco diálogo previo a cualquier actuación. Y ello es posible únicamente si se tienen claros los valores de compasión, entendida, no como un simple sentimiento pasivo, sino como un motor activo que se pone en marcha cuando se ve sufrir a alguien; el de valentía, para acercarse a la persona, interesarse por ella y recibirla con hospitalidad; y el de lealtad, para no abandonar a su enfermo. La relación clínica debe ser una relación entre un ciudadano que pide ayuda por un problema de salud y un profesional que es capaz de ayudarle, también dándole apoyo.
- El médico, cuando existe un diagnóstico, debe comunicárselo a su paciente, pero ¿qué debería hacerse si el paciente no desea conocer toda la verdad?
El enfermo tiene derecho a recibir toda la información de que se dispone y se obtiene sobre él. Pero una cosa es un derecho general y otra distinta una necesidad personal, una necesidad ahora y de este modo. Para recoger esta complejidad, la ley dice también que tiene derecho a no saber. Todo el mundo tiene ganas de saber y miedo a saber a la vez, y esto varía de una persona a otra y de un momento a otro. Por tanto, el profesional o el familiar no debe acercarse con un prejuicio, sino que debe investigar primero las ganas de saber que tiene el enfermo, y si la información que ha de dar es suficientemente segura, si es imprescindible o no (para dar o no un consentimiento válido a una actuación importante, o porque implica a alguien más), si puede serle de utilidad (para cambiar un hábito, evitar un peligro), o, simplemente, si se trata de un hecho o de una probabilidad de futuro que tiene derecho a conocer. En cada caso, debe actuarse de diferente modo. Es este un tema que no es posible contestar muy esquemáticamente, y a él me he dedicado y he ido matizándolo en escritos, con referencia al miedo (del enfermo y del profesional), a la esperanza (a la buena o a la falsa), al tiempo y su compás. Resumámoslo diciendo que no existen mentiras piadosas, sino formas piadosas de aproximarse a la verdad; que el enfermo debe intuir que tenemos la información a su alcance sin compulsión por dársela si no la desea, ni voluntad de negársela si quiere tenerla. Y que, cuando se tiene que dar una mala noticia, hemos de saber que hacemos daño (necesario), pero que debemos permanecer para hacernos cargo de las consecuencias de esta actividad también profesional, como otras en la clínica, para mitigar, para acompañar, para escuchar el eco, para evitar el abandono. Aunque se pueda hacer poco, hay que saber estar.
- ¿Tiene el médico que explicar a los familiares del paciente el diagnóstico, el tratamiento? ¿Y si el paciente no lo quiere?
En principio, el enfermo es el titular del derecho y, según dice la ley, también puede informarse los familiares si el enfermo no ha expresado nada en contra. Es decir, él puede determinar previamente quién puede acceder a la información o quién no. Y, en nuestro contexto mediterráneo, los familiares son importantes, porque son los que le rodean y cuidan de él. Normalmente, el enfermo viene acompañado, como se señala, de quien comparte sus penas y alegrías, y la información clínica. Las familias no son actualmente tan estables, y el enfermo debe decirnos o indicarnos quién tiene ahora su confianza o incluso en quién delega.
Lo que no pueden hacer los familiares es evitar que se le informe si quiere ser informado. A los familiares que piden que no se informe al enfermo, ahora les digo: “entiendo que me están diciendo que no quieren hacerle daño, pero supongo que no me están pidiendo que defraude la confianza que nos tiene”. El muro de silencio que antes se levantaba en torno al enfermo para que no le llegara la información, y sin contar con él, ya no es defendible ahora, porque con ese muro se priva al enfermo de una ocasión para apropiarse de su vida y de su muerte. A menudo, los sanos subestiman la capacidad de los familiares enfermos. Otra cosa distinta es que se informe de un modo adecuado y prudente.
- ¿Qué importancia le da al humanismo en la relación médico-paciente?
El humanismo es una necesidad. El profesional debe tener una mirada personalizada y comprensiva de lo que pasa ante él. Nada humano debe serle ajeno, diríamos parafraseando a Terenci. No debe ser un ingeniero de vísceras y detector de síntomas, es médico de personas, como decía Jordi Gol. Debe comprender lo que es la enfermedad y el sufrimiento si quiere poder ayudar. Por tanto, no ha de ver el humanismo como un adorno ni una erudición más o menos agradable. Debe verlo como una conexión racional y emocional con lo que pasa delante de él, no en general para la humanidad o para la ciencia, sino para esa persona. El humanismo real debe ser humanitario. Podríamos decir que es comprensión, pero también compasión.
- Su padre, el Dr. Moisès Broggi, fue una personalidad en el mundo de la salud y del humanismo. Una persona al servicio de sus ideas y de su profesión. ¿Qué podría destacar del hecho de vivir junto a una persona con una trayectoria vital tan extensa y prolífica?
¡Ha sido un grandísimo privilegio! Me cuesta poder explicar en pocas palabras lo que representa para mí el hecho de que él haya sido mi padre y que, además, yo haya trabajado cotidianamente con él en el quirófano o en el consultorio durante treinta años, y en muchos trabajos y algunos de sus libros. Son tantos recuerdos y todo es tan reciente… Evidentemente, él, y mi madre con él, es una influencia total e indeleble de la que estaré completamente orgulloso para siempre.
- Por último, termine esta frase: hacerse mayor es…
… Comprender y aceptar nuestra condición natural, nuestra pequeñez, con tolerancia y, a ser posible, con una cierta alegría, con el mayor buen humor posible.