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Carta de Lidia Stef para dos mujeres mayores a quienes cuidó


Inocencia


Desde hace seis años me dedico a cuidar a personas mayores. Lo hago con mucho amor y responsabilidad…, y en este camino de mi vida encontré ángeles sin cielo, que un día cruzaron la puerta del cielo y se fueron.


Gracias, señora Alegre, por conocerte y cuidarte. He recibido de ti alegría y sabiduría, tu inocencia y amor. Gracias.


Gracias, mi dulce María, por conocerte y cuidarte. Tu inocencia y el amor que brillaba en tus ojos me han inspirado muchísimo.


He recibido de vosotras lo que no me esperaba.


Gracias porque he podido estar a vuestro lado.


Pase lo que pase, en esta vida nunca quiero perder mi inocencia. Esto he aprendido de vosotras, señora Alegre y mi dulce María.


He sufrido muchas decepciones de personas que, mirándome, unas con ironía, otras con piedad, me decían: «¡Qué inocente eres, Lidia! ¡Yo no podría ser como tú!».


 A mí me dolía por ellos, pero también por conocerlos.


Y siempre me pregunto si es necesario pasar tristes decepciones. Y la respuesta que recibo en mi mente es: sí, para aprender…


¡Qué pura es la inocencia! Para mí, es un regalo divino. ¿Cómo puedo anularla? ¡¡¡Solo pensar en perderla me hace sufrir!!!


La vida tiene su tiempo en este mundo, pero la inocencia es eterna.


Mirando al cielo: las estrellas, la luna, el universo entero, siento que la inocencia es la antorcha que ilumina el camino para llegar al paraíso.


Mi dulce María y mi querida señora Alegre: ¡¡¡GRACIAS!!!


 


Lidia Stef