Català Castellano

Lola Toledano González


Quiero compartir con ustedes, de forma breve y, por fuerza, incompleta, el cambio que he presenciado en las personas mayores a lo largo de mi trayectoria profesional y personal. Después, me centraré en la mujer.


Existen diferencias abismales entre las personas mayores de principios de los ochenta, cuando empecé a trabajar en los casals, y las de estas últimas décadas. Las condiciones de vida, los usos y costumbres, la forma de tratar a los hijos y nietos y a las profesionales..., todo era bien distinto. La mayor inquietud era poder llegar a fin de mes y el ocio se limitaba, básicamente, a los juegos de mesa. La cuantía de sus pensiones era mínima ‒y eso cuando la tenían‒; muchas de ellas, sobre todo mujeres solteras, solo cobraban el SOVI.

Muchas de aquellas personas no sabían leer ni escribir; algunas, ni siquiera firmar; y la proporción aumentaba en el caso de las mujeres. Ellas no tenían tiempo para aficiones; si acaso, lo aprovechaban para tejer suéteres o para confeccionar colchas y tapetes para la mesa y los brazos de todos los sofás a su alcance. La mayoría no iba casi nunca al médico ‒mucho menos aún consentían ser operadas‒, y se avejentaban demasiado pronto.

Con los años, el perfil fue cambiando: llegaron jubilados del cinturon industrial metropolitano, y prejubilados, que no tenían nada que ver con aquellos ancianos, procedentes de la agricultura, que con tanto esfuerzo consiguieron una vivienda y sacar adelante a un montón de hijos, y que, en sus últimos años, sufrieron muchas carencias que nadie pudo cubrir.

Treinta años después, se puede hablar, con justicia, de un envejecimiento digno. Las personas mayores de las últimas décadas gozan de una situación general, socioeconómica, familiar y cultural, radicalmente distinta. Hoy, las viviendas son de propiedad y poseen muchos equipamientos con los que jamás soñaron sus padres, lo que les permite una mayor calidad de vida ‒aunque quedan aún demasiadas personas mayores en pisos antiguos, deteriorados y, sobre todo, sin ascensor‒.

Su nivel de vida ha mejorado en estos años; aproximadamente el 80% perciben una pensión de jubilación, pero muchas de ellas son irrisorias y demasiadas mujeres aún no cobran nada. Este hecho propicia importantes bolsas de pobreza, integradas sobre todo por ancianas, viudas, sin familia, y que viven en los barrios antiguos y en las áreas metropolitanas. Su estado de salud e higiene, en general, es bueno; se les realizan frecuentes controles médicos, consumen fármacos, pasan pruebas clínicas y reciben ayudas técnicas a cargo de la Seguridad Social.

Ahora, apenas encuentro quien no sepa escribir ni firmar, y las excepciones son mujeres que han vivido en sus pueblos hasta bien mayores. Por el contrario, las personas mayores hoy se hacen socias de varios casals, según sus intereses; participan en cursos de informática, de inglés, de yoga y taichi, e incluso en talleres de la risa; bailan como descosidas, incluso country; entablan nuevas relaciones afectivas; y viajan por todo el mundo a lo largo del año.   

¿Envejecen igual los hombres que las mujeres?

Sin adentrarme en las diferencias entre ambos, a nivel biopsicosocial, se puede afirmar, con rotundidad, que no.
Comprobamos que el “viejismo” ‒prejuicio por razón de edad‒ sigue vigente. Ellas son más vulnerables y, por tanto, sufren un doble estereotipo negativo: a los prejuicios que se atribuyen al proceso de envejecimiento, se sumarán los provenientes de la diferencia de género. Tienen mayor esperanza de vida, sí, pero de peor calidad, y con más tiempo de posible pérdida de autonomía y de posible soledad. La separación cultural por razón del género ha propiciado un gran abismo en cuanto a oportunidades, actitudes, responsabilidades y roles que desempeñar. Sin embargo…   

La mujer tiene mayor predisposición y capacidad para las relaciones interpersonales. Su participación en los actos y actividades grupales o comunitarios es más numerosa. Se comunica y gestiona las emociones propias y las ajenas mejor, y posee mayor interés en adquirir nuevos conocimientos (aunque no tengan una aplicación práctica, solo por su autoestima y por el placer de aprender). Se cuida más, es menos rebelde que el hombre y adopta mejor pautas preventivas que le ayudan a retardar al máximo la dependencia. (Lo hace por ella, sí, pero también para no representar una carga para los hijos.)
La postura de la mujer ante su vejez, en coherencia, será acorde con su trayectoria vital. A grandes rasgos, esbozaré tres, que, posiblemente, impliquen diferentes niveles de calidad de vida.
1)    El ama de casa y abuela, clásica, que ha hecho del cuidado y la entrega incondicional a los suyos su razón de vivir. Tiene poca relación y ‒menos aún‒ participación social, y su red de apego se limita a la familia y a algunas vecinas. Es una mujer “pluriempleada”, aunque no haya trabajado fuera del hogar ‒donde es la reina‒, que se ha desvivido, infatigable, por atender a todo y a todos. .
Cuando se va el último de los hijos, sufre el síndrome del nido vacío, si bien, en los últimos años, cada vez es menos frecuente que se produzca, ya sea porque los hijos no terminan de irse, ya sea porque, sobre todo los varones, tras su fracaso matrimonial, regresan a casa de la madre para que los cuide. (Creo que, a este paso, el síndrome del nido vacío va a ser algo excepcional y propio de tiempos pasados.)
En muchos casos, ayuda a sus hijos y nietos, con mayor o menor agrado, y con un cuadro de consecuencias, físicas y psíquicas, a veces importantes, de difícil control, que no se dan en otras generaciones y culturas. Se conoce como el síndrome de la generación atrapada y también de las abuelas esclavas y se produce por agotamiento, debido al sobreesfuerzo físico y emocional de las abuelas dispuestas a morir con las cacerolas puestas.

Gracias a su esfuerzo, sus hijas han podido trabajar. Así pues, la liberación de estas jóvenes ha pasado por la explotación de la mujer mayor, justo durante una etapa de su vida ‒menopausia, atención de sus padres ancianos, su jubilación y la del esposo (*), sus propias crisis ante la vejez‒ en la que necesitaba liberarse de obligaciones y dedicarse a lo que más le agradara.

En multitud de ocasiones sufre sentimientos contradictorios. Disfruta de los nietos, sí, pero a veces se encuentra al límite de sus fuerzas por la doble o triple jornada. Se agobia y se siente culpable; teme defraudar a sus seres queridos y su autoestima cae en picado. (En algún caso, reconoce su frustración, incluso su rabia, por no poder librarse de tantas obligaciones; pero esto solo lo admitirá en privado.)
2) Otra postura es la de la mujer que ejerce sus responsabilidades familiares, pero se reconoce  también como persona, como ser social, con un espacio propio, un tiempo propio, y que busca y disfruta de su lugar en el mundo.
En las últimas décadas, el avance de mujeres jubiladas que participan en actividades, grupos, jornadas, proyectos relacionados con su propio enriquecimiento personal y desarrollo social es imparable. Siempre han existido mujeres comprometidas, que han luchado por lograr el gran cambio, claro, pero creo que ahora la mujer mayor es consciente de que su pequeña revolución surge de sí misma para, a partir de ella, impulsar ese cambio en su ámbito doméstico, y compartirlo después con otras mujeres.  
3) Todos conocemos otro perfil de mujer, cuya actitud ante la vejez responde a una elección tomada años atrás. Ya hace tiempo que se contempla la soltería como una opción de vida. En muchos casos, ha roto el mito del matrimonio como máxima aspiración y, con ello, el estigma de la solterona se ha partido en pedazos. Ella ha ido construyendo nuevos acuerdos sentimentales, decidiendo cuándo y con quién estar, por cuánto tiempo y con qué nivel de compromiso. No teme a la soledad y valora su independencia por encima de todo. (Seguro que esta mujer, en la edad anciana, tendrá mejor asumido su futuro y las estrategias que adoptar.)


¿Cómo envejeceremos nosotras? 
Tal revolución está en manos de las nuevas jubiladas: mujeres de sesenta y tantos años, y más, acostumbradas desde el inicio de su vida laboral a la doble jornada; mujeres que hoy participan en todo tipo de grupos y actividades; que son conscientes de practicar la salud preventiva; que manifiestan que la edad les ha permitido conocerse mejor; y que saben que el envejecimiento activo representa mayor calidad de vida. Ellas son las que nos van a mostrar un nuevo estilo de mujer mayor, de futura anciana.

En definitiva, para vivir la etapa de la vejez lo más activa y dignamente posible, será necesario, sobre todo, gozar de buena salud y, después, librarse de ataduras y compromisos. (Yo lo llamo “ir soltando lastre”, o, “ascender el último tramo ligeras de equipaje”.)
-    Cultivar el placer, a través de los sentidos, mediante actividades lúdicas y creativas, que nos ayuden a sentirnos vivas y a gozar de todo lo que nos envuelve.
-    Disfrutar del amor, del afecto, de la amistad, del sosiego y de la alegría compartida. Rodearse de personas con ideas e intereses afines, y evitar, sobre todo, a aquellas que nos complican la vida y que solo transmiten negatividad (la “gente tóxica” de Stamateas).
-    “Educar” a los seres queridos ‒aún hay tiempo‒: ponerles unas limitaciones y no dejarse explotar.
-    Desde la generosidad, compartir, enseñar y transmitir toda su experiencia a las mujeres que vienen ‒que venimos‒ detrás. Son una enciclopedia viva de conocimiento y experiencia, y no podemos permitirnos el lujo de relegarlas al rol de canguros y de trabajadoras domésticas, mientras puedan, y, luego, al sillón y el mando a distancia, cuando ya no puedan.


Acabaré con las palabras de una escritora francesa, filósofa y feminista, Simone de Beauvoir, que nunca admitió de buen grado su vejez ni la de sus seres queridos, pese a lo cual escribió uno de los estudios más interesantes y completos sobre el tema, y que resume bien el espíritu de esta jornada:  


“Para que la vejez no sea una parodia ridícula de nuestra existencia anterior no hay más que una solución, y es seguir persiguiendo fines que den un sentido a nuestra vida: dedicación a individuos, colectividades, causas, trabajo social o político, intelectual, creador. Contrariamente a lo que aconsejan los moralistas, lo deseable es conservar a una edad avanzada pasiones lo bastante fuertes como para que nos eviten volvernos sobre nosotros mismos. La vida conserva valor mientras se acuerda valor a la de los otros a través del amor, la amistad, la indignación, la compasión”.


(*) Todo esto explica, en parte, las grandes diferencias de significado que tiene la jubilación para ambos sexos, pues, mientras que los varones hacen del trabajo su proyecto de vida, las mujeres, en la mayoría de los casos, deben combinar su proyecto laboral con el familiar. El laboral tiene una fecha límite, pero del trabajo familiar ‒que implica, muchas veces, jornada intensiva, noches, festivos y vacaciones “a disponer”‒ no se jubilan nunca (y, al no ser retribuido, no es reconocido ni valorado).